miércoles, 26 de junio de 2013

Sonata final


En el último salón, en el que se amontonan los trastos y el olvido, hemos pasado la madrugada, sin mirarnos. La casa está vacía. Los que la habitaban se han marchado; no correrán otra vez por sus galerías, ni girarán como poseídos bajo los cristales engarzados de las lámparas. Los ecos abandonaron las escaleras, y las máscaras fueron guardadas en sus estuches de raso. El final ha llegado. Clausuradas están las ventanas y hemos quedado desolados en el caserón vacío.

Te observo. Has permanecido acostado en el sofá descolorido. Tus ojos vagan ciegos por las flores desvaídas que alguien dibujó hace muchos años en el cielo ilusorio, en esa gloria de nubes carcomidas y ángeles vencidos por la humedad. He pasado mis horas así, perdido en tu silencio. Sé que afuera existen los caminos y sus extravíos. Una vez quedé solo en el jardín y pensé que nunca volvería a encontrar el sendero.

La quietud llega a un punto de violencia irresistible. Te pones en pie y caminas hacia la vidriera abierta, a la madrugada que se deshace sobre el parque.


Meses atrás, eras un camino desconocido de curso ajeno, y el verano era para todos. Ahora soy tu ruta, y camino sobre hojas que se pudren, sobre insectos muertos que anunciaron el frío. No le temía al invierno porque tu cuerpo siempre guarda un poco del estío.

Voy tras de ti. Tal vez aún seas una silueta alejándose por el jardín oscuro; acaso aún pueda mi mano tocar tu hombro y deshacer la incitación de los caminos. ¿O quizá deba dejar que tus contornos se pierdan tras los últimos árboles, y no moverme, y no gritar, y ser cubierto por las cenizas?

Estás sentado sobre la infinita balaustrada que define el borde. Tu rostro apenas me percibe. Sigo la línea de tu mirada; también me pierdo en la visión del jardín quieto en el final de la madrugada. La calzada está vacía y sucia. A lo lejos, la silueta del kuroi flota sobre una laguna de aguas turbias; los ojos ciegos elevados al cielo, y la mano de doncella llevada sobre el pecho. Duerme en su hombro un pájaro negro.  Una línea de árboles antiguos es nuestro horizonte. Los bordes ya se perfilan en el rosicler. 


Este jardín está en el inicio de todo. Me atrajiste, abriste sus pasadas verjas para mí y me llevaste de la mano para mostrarme sus secretos. Los senderos son angostos y húmedos, como un laberinto de hojas verdes donde moran los dioses tristes de mármol sucio. De tu mano descubrí los dobleces del verde, la fortaleza insospechada de las ramas más flexibles, la rápida agonía de los jacintos, de las torres que sólo se divisan en los ocasos. A tu lado supe de la música de los insectos, de las sedas de los pétalos. 

Lo nuestro fue un amor triste. Siempre supe que renunciarías al jardín, que me vería perdido sin tu mundo —caos sin sentido, poblado de dioses y de manchas. Miraba tus ojos en fuga y sabía que nunca te poseería, que tu esencia es voluble como la del perfume en el frasco abierto. No existe algo que te pueda conservar, nada que te contenga. Aunque temes a la soledad, corres hacia ella, la haces tu destino.

Yo nunca intenté ponerme a salvo porque era un esfuerzo vano. Toda huída me acercaba, como carrera en círculos; es venganza vuelta contra el vengador, como violetas que sepultan el cuerpo de un emperador adolescente. Para estar cerca de ti disolví los misterios y entre nosotros vibra hoy el hastío.


Desciendo por la escalinata y avanzo por la calzada de hojas muertas. La noche cede. Quiero perderme en el jardín que los días nos hicieron olvidar. Una noche me soñé en este camino. Los rosedales eran telares opulentos, en los que, de rama a rama, las arañas enhebraban sus trampas de plata. Yo caminaba junto a los arbustos de rosas desvaídas cuando sentí tus pasos del otro lado. Separado por las ramas, marchabas junto a mí, me mirabas ansioso por los resquicios. Y el caserón iba quedando atrás.

Solo fue un sueño. Lo real siempre impone los caminos, y el amor nunca bastará. Yo he bajado al parque y tú has entrado a la casa. Cierras las puertas entre nosotros, y ya estoy convencido de que no volveré a ellas. Has quedado en tu lugar; sombra en lo oscuro, se irá borrando tu imagen. Yo tengo el jardín para perderme.

Empiezan a cantar los pájaros. La última estación ha pasado. El viento arrastra las últimas hojas.     

Noviembre, 2012