domingo, 7 de abril de 2013
Vida de vitrinas
TEXTO Y FOTOS: LESTER VILA
Contempla al maniquí en la vitrina iluminada. ¿Has visto algo más ideal? ¿Ves cómo su nariz ─espectáculo del Cáucaso─ se perfila delicada desde la frente despejada? Observa su sonrisa; sus dientes son una perfecta cinta blanca. Deseamos despejar la nube que esmalta su mirada. Dueño de la paciencia, ha detenido sus brazos en un grácil gesto, como si bailara. ¿No lo admiras? En su piel se suman los matices claros del polvo y el dibujo sinuoso de sus labios invita a un beso imposible. Es una criatura hecha para ser amada, destinado a una vida lacia de coches y blandas estancias. Su solidez está acariciada por el éxito. Y parece que todo lo sabe. Mira cómo ignora nuestra existencia y luce lo mejor de la temporada.
Fue armado en un pequeño taller. Su perfección supone el privilegio de haber sido labrado a mano, en madera dulce, y bañado en un marfilado estuco de escayola. Eso lo hubiera acercado al carácter irrepetible de la artesanía. Pero lo cierto es que fue fundido en un molde y otros comparten su belleza seriada. Sus músculos son una mezcla sólida de sustancias tóxicas y tinturas. No es un retrato de alguien. Es simplemente un objeto bonito. Una brocha ruborizó sus labios y un pincel fino le dibujó la mirada perdida de los que no poseen sueños que contemplar. Desnudo y desarticulado, viajó el mundo dentro de una caja. Finalmente fue vestido y puesto entre cristales para recordarnos la quimera que queremos ser.
Ante él ha discurrido nuestra vida. Las mujeres lo extrañan, cuando miran el precio. Los hombres se comparan. Los niños no lo entienden. Ante su rostro de utopía ha corrido las lágrimas, saltado la sangre, las parejas se besan a la sombra de las columnas. Un borracho orinó una noche frente a la vitrina y siguió su camino rezongando. Una vez, una anciana se detuvo, lo observó un rato y luego le sonrío. Los cristales que lo guardan han reflejado edificios que se caen, sobre los tejados se han sucedido los crepúsculos. El sol a veces crea reflejos en el armario y lo pierden. Pero él no reconoce nada; es un objeto bello, y existe como si le bastara.
Es una trampa su belleza quieta. Más allá de sus líneas pulcras, detrás de sus labios para el beso, solamente hallarás la nada. No hay para él más mundo que el que sus ojos no ven. La luz lo decolora día tras día y un hollín oscuro lo reblandece. Pero a veces la belleza se cree invencible. A pocos pasos de él, una bella chica de cabellos rubios ha perdido una mano; la peluca castaña de su compañero se ha corrido, lo ha puesto al borde del ridículo. Él ignora que en el fondo de la tienda hay muchos que, como él, vivieron en la luz dorada de los cristales y ahora se apilan sin concierto... son amasijo de torsos, piernas, y miradas tristes. Él aún no sabe que en su pecho lleva un gusano de largas alas que ya cava las cavernas profundas que un día hundirán el imperio de las proporciones áureas. Pero él ahora es bello. Y eso basta.
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